Desde hace años me pregunto
acerca de la relación entre las nuevas tecnologías y la educación. Creo que mi
acercamiento a las nuevas tecnologías, en sí mismas o para facilitar algunas
comprensiones en las actividades de enseñanza me son familiares, amigables y no
tengo mayor dificultad en acceder a nuevos modos de abordaje o de
redefiniciones o usos.
Desde hace años investigo algunos
de los impactos subjetivos de las nuevas tecnologías y los medios masivos de
comunicación en los docentes y, por ende, de qué modos aleatorios o
intencionales estos impactos subjetivos tienen alguna relación con la
constitución de la subjetividad de los jóvenes, en sus modos de apropiación del
conocimiento y en sus modos de aprender y construir nuevos saberes.
Me pregunto si estas nuevas
tecnologías realmente permiten formar (o ayudar a formar) un ciudadano, un joven, un estudiante crítico,
participativo, que busque comprender los fenómenos, los acontecimientos que se
le presentan y no los naturalice como si se tratase de algo dado.
Intuyo, supongo, imagino y sigo
preguntándome.
Hoy, sin embargo, tuve un duro
golpe. Un golpe que vino de la mano de mi hija menor, que tiene 6 años.
Esta tarde, me senté un rato con
los chicos a jugar a la Play. Un juego muy interesante que tiene distintos
objetivos, mundos que hay que atravesar para llegar a otros nuevos mundos,
trabajo a la vez individual y
cooperativo: los personajes que participan de las misiones deben ir juntos,
esperarse, ayudarse. Un juego realmente interesante, para analizar con
tranquilidad.
Cuando mis hijos me invitaron a
jugar, tuve varias dificultades, la mayoría de ellas motrices, que podrían
resumirse en mi inexperiencia con el
manejo del joystic.
Durante el almuerzo conversábamos
sobre el juego, compartíamos - entre los
cuatro- las características y los momentos de mayor tensión, la dificultad de los niveles, los logros y los
premios obtenidos en cada reto. En el devenir de esas disquisiciones domingueras
y después de escuchar atentamente la charla entre mis dos hijos (creo que dije
que la menor tiene seis años y el mayor ocho) se me ocurrió decir que esa parte que ellos
decías estaba “buenísima” era muy difícil.
En ese momento, con total
naturalidad y sin levantar la cabeza del plato mi hija me dijo literalmente: “es que…. mamá…. vos no tenés en el cerebro esas nuevas tecnologías” y
se señalaba
la cabeza.
Cómo que no, me pregunté
inquieta, cómo que no!! ¿no me dedico a eso, acaso? ¿no me preocupan,
justamente, esos temas? ¿no trabajo sobre esas cuestiones?
No sé, tal vez Ágata tenga razón y yo no comprenda
realmente las cosas de esas nuevas
tecnologías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario